Lenny escuchaba el sensual sax de aquel hombre corpulento, con brazo robotizado, llamado Raoul; la manera en que presionaba las teclas; la presión de su boca sobre la pipa, su cara morena que se tornaba marrón; todo describía su vida en un estridente show nocturno.
Las luces de neón, como invasoras, acaparaban los colores del ambiente, mientras lo demás se oscurecía en su cara. La cara del ex drogadicto, Lenny Hogan, se desprendió de su cuerpo para trasladarse a otro tiempo, a otro espacio.
Ningún asistente daba cuenta de lo sucedido, ya que, todos se encontraban en la misma situación: eran protagonistas de alguna novela negra, algún drama o thriller, así que cada quien vivía su propio mundo, su propia historia.
Era seguro que la Muerte deambulaba por aquellos lugares, apuntando en su libreta fúnebre los nombres y destinos fatales de cada uno de los presentes.
La Muerte dejó una lama oscura en todo el camino que recorre.
De pronto, todas las puertas del antro de mala muerte se abrieron, algunas eran metálicas, otras de madera vieja, y de ellas salieron hombres armados hasta los dientes, algunos con cara de matones, otros, no tanto, pero parecían personajes salidos de una película de Dick Tracy, aunque, con tintes futuristas: unos tenían ojos ciborg, otros dedos metálicos, otros más con parches de acero inoxidable y otros más, de más, sólo temblaban de miedo al recordar que dejaron la estufa encendida.
El sax de Raoul calló.
Todos por un momento se vieron.
El silencio rítmico de las máquinas que andaban por alrededor del antro confundía.
Alguien profirió una risa sardónica.
Y todos los Lenny sacaron sus colt.
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(Colaboración mía en el colectivo de Ars Nebulae)
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